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25 de septiembre de 2018

Una izquierda absorbida por la derecha

La izquierda y la centroizquierda chilenas celebran los 30 años desde el “No” a Pinochet en calidad de copartícipes de la sociedad individualista, despolitizada, consumista y capitalista (!) pensada y diseñada por los herederos del dictador.

Tanto dirigentes de la ex Concertación como del Partido Comunista anunciaron la celebración del trigésimo aniversario del “triunfo de la democracia” en el plebiscito que derrotó a Pinochet el 5 de octubre de 1988. Los convocantes que pertenecieron a la autoproclamada “coalición política más exitosa de la historia de Chile” se enorgullecen de que el país haya cambiado, pero eluden hacer precisiones sobre si se trata exactamente de lo que prometían en aquella época.

Ya no hay dictadura, pero sobreviven los amarres destinados a proteger su herencia (economía mercadista y capitalista, servicios básicos privatizados, restricción de la participación social). Cesaron la persecución y los crímenes políticos, reemplazados por la discriminación y las sanciones socioeconómicas (despidos sumarios, abuso y marginación laboral, desigualdad social). Reverdeció el concepto de democracia, pero no como participación colectiva sino como libertad individual, materialista y consumista. Retornó el estado de derecho, pero manipulando la legalidad y desvalorizando la ética. Se habla de país, pero cediendo sus riquezas naturales y su cultura popular a intereses transnacionales.

Volvió el sufragio universal, aunque terminó sellando campañas electorales escuálidas en ideas y dudosas en su financiamiento.

País concesionado

No abruma a aquellos dirigentes el expansivo protagonismo transnacional por sobre el propio, sustentado en normativas laxas, con debate excluyente, “express”, algunas de las cuales atentan contra la soberanía nacional, como la del cobre. Más de dos tercios del mayor recurso natural de la nación enriquecen a inversionistas extranjeros de manera casi inexpropiable, ya que el Estado chileno debería indemnizarles, dado el caso, con una suma estratosférica.

Aceptan que la economía nacional esté sustentada en el negocio privado y el comercio descontrolado en forma difícilmente reversible.

Asumen, además, impasibles, cómo las dos empresas periodísticas salvadas por el dictador continúan orientando unilateralmente la información pública nacional con una pauta mercantil y rutinaria. Se desentienden, asimismo, de su responsabilidad en el trastoque de la afición deportiva popular en simple consumo de entretención, proceso iniciado con la quiebra de las dos instituciones de mayor convocatoria solicitada por el ahora sí riguroso Fisco, continuado por ley de sociedades anónimas deportivas y terminado en las manos de grupos económicos.

Autoconvertidos en “clase política” junto a sus pares de la derecha para demostrar privilegio, se han sumado, por acción u omisión, a la defensa cerrada de la libertad individual y de la lucha diaria por el bienestar propio y familiar (para buscar el bien nacional están ellos) incluso mediante recursos o estrategias desapegados de la ética, así como a la cínica falacia que abusos e injusticias ya conocidos son mucho menos riesgosos que soluciones por conocer.

Acaban de constatar uno de sus grandes logros. Durante el “fin de semana largo” de Fiestas Patrias -de registro mundial, cinco días seguidos de asueto formal e informal, extensibles a nueve y con ánimo preparado con la debida antelación-, miles de automovilistas despejaron la capital buscando solaz o descanso, atochando las concesionadas carreteras y poniendo en emergencia informativa a los medios de comunicación. Más allá de esa demostración de estatus, algunos accidentes de tránsito y la lluvia que estropeó fondas y (en)ramadas, ¿qué temas ad hoc rondaron la celebración de este excepcional 208° aniversario patrio? Asunto de cada uno.

Asombrosa alianza

Perseguidos, incomodados y acomodados al final, los próceres de la izquierda chilena –y de la centroizquierda, incorporando a democratacristianos y radicales- terminaron acatando, validando y fortaleciendo el sistema contrario a sus ideas históricas que su adversario tradicional, la derecha, pudo imponer aprovechando la ausencia de democracia (algunos hablan de dictadura cívico-militar). Durante 30 años, han llegado a soportar insólitas lecciones de civismo, como el recientemente anunciado “Museo de la Democracia”, por oposición al Museo de la Memoria, el que ilustra las violaciones de derechos humanos cometidas por el régimen golpista. Más aún, han sido estimulados a experimentar cuán exitosos pueden ser también en el efervescente mercado de capitales, como fue el caso de su partido más emblemático, el de Allende, el Socialista.

Sus ideales clásicos, como la igualdad social, la exaltación de los trabajadores y el Estado como actor de primer orden, naufragaron en las aguas de la competencia libre y permanente tras el éxito económico personal, movidas eficazmente por sus contendores neoliberales. Ahora, impotentes, como siempre, ante los cerrojos constitucionales, pero acicateados desde potencias y organismos globalizantes, se arropan con la reivindicación de derechos de minorías en los cuales la derecha ha perdido unanimidad, como los llamados “temas valóricos”, prefiriendo, acaso como último estandarte que pudiera diferenciarles de sus aparentes opositores, completar la tarea de atomización de la sociedad apuntando al núcleo familiar.

Esos líderes han compartido la construcción de una sociedad teóricamente ajena, pero que funciona proporcionando al menos una mínima tranquilidad pública para facilitar un tránsito uniforme hacia el progreso material. Poco para una nación que otrora fuera respetada internacionalmente más por su desarrollo político que por su ingreso per cápita, la misma que ahora defiende su patrimonio territorial de pequeños reclamos vecinales para rentarlo a bajo precio a grandes ambiciones multinacionales.

La Concertación y sus gobiernos contribuyeron desde el comienzo desarticulando la crítica y la protesta  social y desmovilizando a la ciudadanía mayoritaria que había derrotado con un lápiz al dictador, para dar el paso que definiría la historia del nuevo pueblo chileno: asociarse indefinidamente con la oposición pinochetista para construir una democracia “en la medida de lo posible”.

De tal modo, aunque continúen rechazando (verbalmente) el capitalismo llamándole salvaje y los abusos de siempre contra los pobres, y se alarmen ahora por la creciente aunque explicable abstención electoral, abrazaron junto a la derecha la batalla encandilante por la prosperidad económica individual como el gran deber nacional. Callan y ocultan, sin embargo, que el mayor mérito corresponde precisamente a sus tradicionales rivales-socios, al pinochetismo inspirador y, delante de éstos, a grandes capitalistas en libre acción, productivos empresarios socialmente insensibles y no pocos “cómplices pasivos” de crímenes de lesa humanidad.

“Hay que cuidar a los ricos para que den más”, dijo Pinochet en 1988. Esa frase no perdió el plebiscito.

¿Qué celebrar?

Dado que nada parece insólito, absurdo o incorrecto si logra financiarse y adaptarse a la realidad más bien virtual del siglo XXI, ¿qué tendría que celebrarse el 5 de octubre, sino el comienzo de la más larga y exitosa absorción de un sector político por su adversario en la historia de Chile?

Julio Frank S.