Este domingo 4 de julio de 2021, en la sede capitalina del Congreso Nacional, 155 miembros de un órgano paritario, étnico y con mayoría de independientes inician el camino hacia una nueva Constitución Política para Chile.
Hoy asume la Convención Constitucional elegida por la
ciudadanía para que redacte una nueva Constitución Política, que sustituya a la
promulgada hace 40 años bajo dictadura y ponga fin a dos siglos de
constituciones definidas por las elites. La ceremonia comenzará a las 10.00
horas y se desarrollará en los jardines –por motivos sanitarios- de la sede del
Congreso Nacional en Santiago.
Aunque no pueda llamarse Asamblea Constituyente debido a que
los convocantes estimaron que no correspondía darle soberanía, el pueblo
chileno se ha encargado de hacerla muy parecida escribiéndola en las paredes,
primero, durante la protesta nacional llamada “estallido social”; eligiéndola después
en las urnas por una abrumadora mayoría y reivindicando luego, de la misma forma,
su esencia como órgano representativo de diversos sectores de la sociedad. Y numerosos
convencionales electos reafirman hoy que la soberanía popular es el mayor
mandante y la autonomía respecto de otros poderes del Estado, la precondición fundamental.
Por vez primera en la historia del país, el ciudadano común tendrá
representación directa a lo largo del trabajo de redacción de la principal ley
de la República. Si hasta poco tiempo atrás había sido protagonista indirecto votando,
como tantas veces durante tanto tiempo, ahora está llamado a incidir a través
de sus mandatados y su promesa de participación popular, en una convención
paritaria -78 hombres y 77 mujeres- y étnica -17 pertenecientes a pueblos
indígenas.
Hasta ahí, una imagen idílica, ya que la posibilidad real de
derogar la Constitución de Pinochet y de transitar hacia una nueva y
auténticamente democrática no la abrió, como era deseable, un acuerdo político
y social amplio y diverso.
Piedras en el camino
Los que destruyeron el cerrojo pinochetista fueron anónimos chilenos
y chilenas que resolvieron salir abruptamente a la calle, a partir de ese 18 de
octubre de 2019, para decir “basta” a un sistema inicuo y generador de
desigualdad. Algunos lo hicieron de cualquier manera, aun mediante destrucción
y saqueos -y recibiendo una dura respuesta represiva-, pero lo que primó fue algo
que otros dejaron registrado en muros y calles, y que después sería
transformado por muchos más en un doble acto cívico, pacífico y rotundo, que
definió el rumbo de la protesta y del país: “Asamblea Constituyente, Nueva
Constitución”.
No obstante, un sector de la población, contrario no sólo a
la violencia aparejada sino también al cambio político y social demandado, lo sigue
motejando como simple “estallido delictual” y hasta “intento de golpe de
estado”. Dicha fractura se reprodujo en el llamado “Acuerdo por la Paz Social y
la Nueva Constitución” suscrito por dirigentes políticos, que si bien se allanó
a una salida constituyente descartando una represión extrema y generalizada y la
suspensión de derechos y libertades, impuso algunas limitantes al nuevo proceso
con el fin de salvar la “normalidad” institucional.
La “clase” política no se sumó con gran entusiasmo, más bien con
cautela o rechazo, según el caso, y se instaló detrás de la marea popular cooperando
con un proceso más abierto y participativo que el estándar, las elecciones periódicas,
aunque siempre que esto no le hiciera perder el control sobre el desenlace. Ella
y sus partidos, aun de izquierda, después de intrascendentes declaraciones y acuerdos
internos y de proyectos legislativos no tramitados, carecen, por lo tanto, de autoridad
para demandar algún grado de paternidad responsable sobre el naciente y
promisorio escenario actual, menos todavía cuando sienten el hálito del
intranquilo empresariado transnacional a sus espaldas.
Tampoco expertos de la academia pudieron, desde sus aulas, contribuir
con alguna orientación que consiguiera enrielar las opiniones y gestos políticos,
dubitativos y zigzagueantes, sobre la factibilidad de una Constitución vía
asamblea constituyente. Su papel no era, por lo demás, comprometerse en una
campaña activista más allá de sus respectivas carreras académicas –salvo por
decisión personal- y jugarse por algo que a nivel masivo ni siquiera se
entendía.
Medios poco sociales
Los medios de comunicación “social”, puntualmente los de
mayor llegada, que sí podían influir en sus grandes audiencias, rehuyeron simplemente
del tema, marginando e invisibilizando a sus promotores y prefiriendo su papel
de intermediarios de los líderes de la sociedad de mercado neoliberal. Y si después
tuvieron que cubrirlo por la fuerza de los hechos, lo encararon como una
noticia política más (con excepción de radio Agricultura, de antiguo
pinochetismo), sin ceder en el sesgo de su línea editorial para favorecer el
pluralismo que los nuevos acontecimientos requerían. Tampoco escapan a la
crítica las diversas, pero impredecibles redes sociales virtuales.
Si fuera poco, la población se encuentra disminuida en cuanto
a sus recursos más efectivos de participación y presión, como son las reuniones
presenciales y las manifestaciones callejeras, a raíz de las restricciones
sanitarias originadas por la pandemia de coronavirus. Ha tenido que orientarse
hacia medios digitales y herramientas telemáticas, muy útiles y fieles estas
últimas, pero demasiado acotadas, indirectas, no accesibles a todos aún y harto
menos estimulantes para lo que correspondería al momento.
Y respecto del debate constituyente que viene, muchos
convencionales independientes y debutantes en estas lides deberán confrontar
propuestas con pares que, no obstante en minoría, les superan considerablemente
en manejo, experiencia, apoyo político-partidista y preferencia mediática. La fortaleza
y amplitud de su discurso, de predominante contenido feminista, ambientalista y
territorialista, será puesta a prueba si, por ejemplo, intentaren llevar al
papel transformaciones particularmente resistidas por el poder político (y el
fáctico), como la consagración de derechos sociales y ambientales por sobre el
derecho de propiedad; nacionalización, restricciones y recargos en la
explotación privada de los recursos naturales y otras materias comprometidas
con la globalización económica.
Buena suerte
A pesar de todo eso, veinte meses de movilización social no
han sido en vano, consiguieron quedar en páginas indelebles y son los grandes
constructores de un escenario distinto. Un nuevo poder político, popular,
temporal y también institucional está facultado no sólo para dialogar y discrepar
a la vez con el poder tradicional, sino también para dictar a éste y a todos las
futuras reglas generales de comportamiento público y privado.
Este domingo 4 de julio de 2021 cabe desear buena suerte a
los 155 convencionales constituyentes que, en nombre de su pueblo, se abocarán
a escribir y proponer al país el primero de los capítulos de una historia mucho
más representativa de la vida en común chilena.
Julio Frank Salgado
Imagen: 155 convencionales dibujados, afiche publicado por Gheragor (@gheragor), quien ha compartido un enlace para su descarga en alta resolución.