En lo alto, el
Presidente se aferra a la Constitución vigente y a su última mayoría electoral
para no responsabilizarse de las protestas y la violencia callejeras y hace
anuncios como si fuera inmune a todo ello, reflejando nula capacidad para
afrontar la crisis.
Los dirigentes y parlamentarios oficialistas cierran filas
junto a su vapuleado líder y quieren seguir creyendo, ya con insensatez, que la
Constitución poco tiene que ver con las demandas sociales, en tanto los
opositores, temiendo perder posiciones ya ganadas, evitan pinchar la institucionalidad
que cuestionan y sus militantes han tenido que bajar sus banderas para poder
sumarse a las multitudes.
Aquellos medios de
comunicación que, por su solidez empresarial y poderío comunicacional, tienen
ventaja en la formación y deformación de la opinión pública, difícilmente hablarán
con imparcialidad sobre un fenómeno contrario al sistema que ha favorecido generosamente
sus intereses privados.
Tuvieron que ser
alcaldes los que tomaran la iniciativa de recurrir adonde corresponde, la
ciudadanía, aunque sea a través de una limitada consulta, mientras en las
calles de las comunas miles de vecinos marchan y protestan todos los días, algunos
destruyen y saquean, y las fuerzas constitucionales de orden reprimen
indiscriminadamente, causando una “catástrofe sanitaria” y una querella por
delitos de lesa humanidad.
Voceros e
incontables carteles y rayados de los protagonistas de “las marchas más grandes
de Chile” insisten en la urgencia de un nuevo acuerdo nacional, traducido en
una nueva Carta Magna, redactada por una Asamblea Constituyente, que facilite
el término de las desigualdades e injusticias derivadas de la Constitución de
Pinochet y que habilite la participación ciudadana directa.
Las crisis
sociales, en un país democrático, tienen salida política. Los conductores
elegidos deben ir por ese camino y si no es así, no cabría sino esperar de esta
“clase” el deseo que la presión social afloje y retorne aquel pueblo adormecido
y legalmente abusado, que tanto “éxito” permitió a ella y su clientela durante
30 años.
Julio Frank S.