Bajo una pandemia contraria a la participación social masiva, políticos cautelosos de su poder, un gran empresariado asentado en sus privilegios y medios dominantes negando o restringiendo información, más de 14 millones de chilenos y chilenas están llamados este fin de semana a cuatro elecciones, una de ellas, la de convencionales constituyentes, que sí podría cambiar el curso del país.
En noviembre de 2019, la dirigencia política se veía entre la
espada y la pared. O reprimía abiertamente la revuelta popular recurriendo al Estado
de Sitio o accedía a lo que se escribía en las calles y llamaba a una nueva
Constitución.
Tras imponerse esto último, pareció que la protesta social
lograba por fin un triunfo permanente y total, pero el llamado “Acuerdo por la
Paz Social y la Nueva Constitución” se encargó de enrielarla en la política del
“consenso” que había regido desde la derrota de Pinochet en el plebiscito de
1988 con el fin de preservar las bases fundamentales impuestas por la
dictadura.
Si bien la derecha tuvo que rendirse ante la “hoja en blanco”
que recibirían los futuros constituyentes, obligó a su contraparte a aceptar el
quórum de dos tercios, que había impedido los cambios constitucionales de fondo,
para la aprobación de todos los trascendentales acuerdos de los redactores de
la nueva Carta Magna. Tampoco sería posible alterar los tratados
internacionales vigentes a la fecha y suscritos por el país, y los dirigentes
sociales tampoco podrían ser candidatos en tal condición.
El órgano redactor no se llamaría por motivo alguno “Asamblea
Constituyente”, sino simplemente “Convención Constitucional”, sobre lo que no
hubo esta vez mayor resistencia de parte de la oposición. No firmó el Partido
Comunista -que incluso presentó después un proyecto de reforma al proceso
constituyente, no admitido- y había desaparecido ya la “bancada AC”.
La denominación, por lo tanto, no fue un simple detalle, pues
definió lo clave que podía definir acerca del histórico proceso que se iniciaba,
antes de la pandemia que sobrevendría y que inhibiría las manifestaciones callejeras.
Tras desecharse el concepto de una Asamblea Constituyente que reflejara universalidad
y centro en la base social, se consagró una Convención Constitucional que, si
bien totalmente elegida, como decidió después una abrumadora mayoría ciudadana,
quedó bajo las reglas básicas para la generación de la Cámara de
Diputados.
La incorporación de la paridad de género y escaños reservados
a pueblos originarios –un enorme aporte democrático, sin duda- así como el
levantamiento de algunas desigualdades contra los candidatos independientes terminaron
con la discusión de si Convención o Asamblea y evitaron, junto al resto de las
disposiciones legales aprobadas enseguida, que el inédito proceso político-social
escapara del dominio de la “clase” dirigente y de su par empresarial aferrado a
la economía transnacional.
No fue modificado el sistema electoral, que favorece a las
listas más votadas, con riesgo para las mayorías individuales, y a los pactos
entre partidos políticos por sobre los aspirantes independientes.
A su vez, las nuevas leyes sobre independientes y escaños reservados a
etnias fueron promulgadas sólo el mes anterior al cierre de las
inscripciones, retrasando trámites y campañas de los interesados.
Medios poco informativos
No obstante ser más indispensables que nunca debido a la
pandemia, los medios de comunicación dominantes (grandes cadenas de radio, diarios y televisión abierta), afines al sistema neoliberal impuesto, han mezquinado
a sus audiencias información, orientación y debate amplio, equitativo y pluralista sobre el verdadero alcance de este proceso, desconocido popularmente en la historia del país, con excepciones sesgadas y ligadas al
derrotado Rechazo; o bien lo han desviado, omitido o reducido a
círculos pequeños o selectos. Inequívocamente, tampoco les gusta la idea de
cambiar reglas constitucionales que les han favorecido, prefiriendo ofrecer “la más amplia cobertura informativa” limitada una vez más al trámite electoral, el espectáculo masivo y las disputas entre “presidenciables”.
Y las tendencias de las llamadas redes sociales -sobre todo
la más política, Twitter-, tan determinantes en otros temas, tampoco pudieron librarse
de eso en las semanas previas.
Buscando la hazaña
Así, en cuarentena durante más de un año, apremiado laboral y
económicamente, temeroso de nuevos contagios, con poca información política
fuera de la oficial, sin campañas callejeras, nula orientación mediática salvo
lo rescatable de la franja televisiva obligatoria, con candidatos
independientes faltos de recursos necesarios y dos fechas postergadas (del plebiscito
y la elección de constituyentes), el electorado chileno está convocado nuevamente
a las urnas este sábado y domingo.
Inducidos al individualismo durante 30 años por sus propios
elegidos y adicionalmente ahora por un virus, los votantes que aspiran a algo
más que seguridad sanitaria tendrán que recordar sus pasados cabildos, marchas
y protestas y seguir digitando páginas y páginas web tratando de superar no
sólo la adversidad y el aislamiento sanitarios, sino también la pobreza y la discriminación
informativas mediáticas, para tener a la vista y escuchar a los candidatos como
corresponde a un proceso constituyente y llegar relativamente preparados para trazar
la raya sobre un voto en particular, el de color beige, el que promete ayudarles a seguir cambiando la historia de
este país.
Julio Frank Salgado
Imagen: Grafiti, Vespucio Sur, Santiago, 3-10-2020. Foto: J.F.S.